Maletas preparadas, nos vamos al norte, nos vinimos arriba y decidimos junto a un par de cómplices, que aprovecharíamos los días de Pascua para irnos a conocer y disfrutar un poco más de las tierras vikingas. Vamos con la idea de darnos el primer baño del 2017 en el Báltico pero después de conocer las previsiones meteorológicas además del bañador, nos llevamos katiuskas, bufanda y el abrigo de invierno que ya teníamos guardado.
Espero que logremos desconectar y disfrutar bien abrigaditos.
Espero que logremos desconectar y disfrutar bien abrigaditos.
Si por casualidad tú has decidido como destino visitar mi norte (¡qué suerte!), hoy voy a compartir algunas perlas de las que pude disfrutar en mi última visita al paraíso junto a la peque de la familia que en los últimos meses se ha hecho una experta en la zona.
No os voy a mandar a todos a su casa pero qué díficil describir lo que era abrir esa ventana y dejar entrar el olor que procedía de la pasteleria, una de esas de toda la vida... Ella se fue a trabajar por la mañana y me avisó "cuando quieras, bajas y te subes el desayuno, yo no me iría sin probar las palmeras de chocolate o los pasteles de crema". Resultado: bajé y me subí con media docena, ¡qué consté en acta:no me los comí todos! Aunque debo admitir que, en ese momento, después de todo lo que llevaba comiendo por tierras gallegas, tomé consciencia de que podría llegar a tener un importante problema de sobrepeso en el viaje de vuelta (y no precisamente por el equipaje).
Nuestro primer destino: Puerto de Vega, una de esas maravillosas villas marineras asturianas que hay que visitar. Comímos (estupendamente), disfrutamos del puerto, de la entrada de los barcos que volvían de faenar, de la descarga de las capturas del día, de las calles en cuesta que llevan hasta la ermita.
Después me dijo "te voy a llevar a una playa que vas alucinar", y así fue. Ya el camino te avisaba, era una de esas carreteras secundarias y estrechas que bordean la costa y te acercan a alguno de esos mini paraísos que abundan en mi Norte. Ya antes de llegar hasta la playa de Barayo, tuvimos que parar cuando creímos ver desde la ventanilla unos baobabs estilizados a la vera del Cantábrico. Para llegar al arenal hay que bajar unos treinta minutos para tocar la arena, así que probablemente no es el destino de aquellos que bajan cargados como mulas, pero yo creo que un día de verano con una toalla, un libro y una botella de agua, poco más se puede necesitar allí.
Deshicimos el camino y cruzamos la ría del Eo, esa que separa Galicia y Asturias, donde se encuentran pueblos como Figueras, Castropol o Vegadeo, pero a mi dadme un faro, y me haces feliz. El de Isla Pancha, en Ribadeo, es el más occidental de una ruta que promete ser inolvidable, esa que hicieron Lucia y Lorena y de la que te hablarón aquí.
Para terminar el día, una cena estupenda en A Menchina, mira que he comido en sitios en Ribadeo y todavía no he encontrado uno que no recomendaría. ¡¡Qué bien se come en mi Norte!!
Conclusión: mi cornisa asturcantabrica es un cofre con más de 350 kilometros de tesoros, súmale los correspondientes a Galicia, Cantabria y País Vasco, y al final, van a tener razón aquellos a los que siempre escuché decir que no hay que irse tan lejos ni recorrer medio mundo para dsifrutar del paraíso.
No os voy a mandar a todos a su casa pero qué díficil describir lo que era abrir esa ventana y dejar entrar el olor que procedía de la pasteleria, una de esas de toda la vida... Ella se fue a trabajar por la mañana y me avisó "cuando quieras, bajas y te subes el desayuno, yo no me iría sin probar las palmeras de chocolate o los pasteles de crema". Resultado: bajé y me subí con media docena, ¡qué consté en acta:no me los comí todos! Aunque debo admitir que, en ese momento, después de todo lo que llevaba comiendo por tierras gallegas, tomé consciencia de que podría llegar a tener un importante problema de sobrepeso en el viaje de vuelta (y no precisamente por el equipaje).
Nuestro primer destino: Puerto de Vega, una de esas maravillosas villas marineras asturianas que hay que visitar. Comímos (estupendamente), disfrutamos del puerto, de la entrada de los barcos que volvían de faenar, de la descarga de las capturas del día, de las calles en cuesta que llevan hasta la ermita.
Después me dijo "te voy a llevar a una playa que vas alucinar", y así fue. Ya el camino te avisaba, era una de esas carreteras secundarias y estrechas que bordean la costa y te acercan a alguno de esos mini paraísos que abundan en mi Norte. Ya antes de llegar hasta la playa de Barayo, tuvimos que parar cuando creímos ver desde la ventanilla unos baobabs estilizados a la vera del Cantábrico. Para llegar al arenal hay que bajar unos treinta minutos para tocar la arena, así que probablemente no es el destino de aquellos que bajan cargados como mulas, pero yo creo que un día de verano con una toalla, un libro y una botella de agua, poco más se puede necesitar allí.
Deshicimos el camino y cruzamos la ría del Eo, esa que separa Galicia y Asturias, donde se encuentran pueblos como Figueras, Castropol o Vegadeo, pero a mi dadme un faro, y me haces feliz. El de Isla Pancha, en Ribadeo, es el más occidental de una ruta que promete ser inolvidable, esa que hicieron Lucia y Lorena y de la que te hablarón aquí.
Para terminar el día, una cena estupenda en A Menchina, mira que he comido en sitios en Ribadeo y todavía no he encontrado uno que no recomendaría. ¡¡Qué bien se come en mi Norte!!
Conclusión: mi cornisa asturcantabrica es un cofre con más de 350 kilometros de tesoros, súmale los correspondientes a Galicia, Cantabria y País Vasco, y al final, van a tener razón aquellos a los que siempre escuché decir que no hay que irse tan lejos ni recorrer medio mundo para dsifrutar del paraíso.
Por alusiones, la peque de la familia te invita públicamente a que vuelvas porque te queda muchísimo por conocer, el interior del occidente asturiano está por descubrir. Te recuerdo que todo eso lo vimos en unas 7 horas, sin prisa, disfrutando del momento.... Vuelve!!!!!
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