Soy feliz por estar de vuelta.
Ser inmigrante aunque sea dentro de la Unión Europea, aunque sea de forma privilegiada para continuar realizando un trabajo vocacional ha habido muchas veces que se ha hecho duro por como somos o por todo lo que ha pasado en estos años, por sufrir en la lejanía, por sentirnos solos en momentos en los que necesitas estar acompañado.
Ser inmigrante aunque sea dentro de la Unión Europea, aunque sea de forma privilegiada para continuar realizando un trabajo vocacional ha habido muchas veces que se ha hecho duro por como somos o por todo lo que ha pasado en estos años, por sufrir en la lejanía, por sentirnos solos en momentos en los que necesitas estar acompañado.
Cada vez que regresaba, fuese cual fuese el motivo y aún desconociéndolo, me encontraba con personas que sobreentendían que nos habíamos ido en unas condiciones propias de expatriado y no de emigrante (¡qué importante hablar con propiedad!), que éramos unos privilegiados y que al parecer habíamos perdido el derecho a quejarnos, más allá de la falta de luz o del largo invierno danés; de ahí quizás mi empeño es desmontar el mito danés.
Si nosotros hubiésemos sido expatriados, todo hubiese sido mucho más fácil. No habría perdido tiempo discutiendo con nuestro casero por intentar aprovecharse del desconocimiento de la normativa, ni empaquetando cada cosa a la que no estaba dispuesta a renunciar y dejar en tierras vikingas, ni hubiese tomado consciencia del peso de los libros (sólo lo era del espacio que ocupaban), ni me habría disgustado por tener que dejar mis sillas de comedor, ni habría tenido que mover cajas de 30 kilos, ni estar pendiente de actualizar el seguimiento de los paquetes por miedo a que no llegasen, ni preocuparme por la casa que podríamos encontrar... Ni le hubiese dado tantas vueltas a tener que volver a empezar.
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