Tenemos una memoria frágil

La semana pasada hice un paréntesis de menos de 24 horas en Madrid y pasé calor incluso a la sombra, está claro que el verano está más cerca, según el calendario ya sólo nos quedan un par de días, el viaje me fue útil, también para recordar lo bien que me encuentro entorno a los "ventipocos" grados. Al final, resulta evidente que yo no necesitaba que llegase el calor, lo que realmente necesito son más días de sol.

Aproveché que se había ampliado el plazo para ver la exposición de Auschwitz en el Centro de Exposiciones Arte Canal de Madrid, quería haberla visto en enero y no lo conseguí, así que fue la señal perfecta para decidirme a bajar. 
Aprovechando la cercanía también visité la exposición del fotógrafo Cecil Beaton en el Canal de Isabel II; tenía razón @gratistotalisima está muy mal iluminada y se podría haber hecho una muestra mucho mejor con todos esos retratos.
Cuando quise darme cuenta era tarde y me quede sin poder ir a escuchar a Laura Ferrero, uno de los descubrimientos literarios de los últimos meses.



Madrid siempre me deja a medias, siempre me ofrece más de lo que puedo hacer, pero eso hace que siempre me de motivos para volver.



Ya he confesado en más de una ocasión mi sensibilidad a flor de piel, también he aprendido que no tiene nada de malo llorar (aunque te hayas pasado media vida escuchando lo contrario); así que sí, lloré, creo que es inevitable. 

Es una exposición de lo que allí pasó, de como se sucedieron los hechos durante aquellos años anteriores a la guerra hasta desembocar en el mayor de los campos de exterminio nazi donde murieron más de 1 millón de personas. Es una parte de nuestra historia.

La exposición con más de 600 objetos originales, nos habla de historias concretas, de familias a las que ponemos rostros, de monstruos que se vanagloriaban de como habían mejorado los métodos para acabar en menos tiempo con un mayor número de personas. Hasta Auschwitz llegaron personas después de ser perseguidas, castigadas y llevadas hasta la muerte por sus ideas religiosas, políticas, por su raza o etnia, y todo sucedió porque hubo una parte de la población que debió dejar de verlos como lo que eran, seres humanos.



De aquel horror del que tanto hemos oido hablar deberíamos haber aprendido para que no volver a repetirlo. Da lo mismo que ahora no sean judíos, gitanos, comunistas, seguimos   tropezando una y otra vez en la misma piedra. El Mediterráneo está siendo un gran campo de exterminio donde pierden la vida miles de personas.
Europa sigue sin encontrar solución, algunos países (algunos de sus mandatarios) deciden cerrar fronteras, y estos días hemos sido muchos los que nos sentimos orgullosos de habernos convertido en puerto de refugio, aunque siga pendiente una solución que ataje el problema.

Durante la visita a la exposición, había un recorte de periódico, del New York Times, con un artículo, entre anuncios de joyas, pieles y viajes porque la vida seguía su ritmo, en el que se hablaba de la ya cercana liberación de Auschwitz, donde se sabía habían muerto más de 500.000 personas. 
No era en primera página, ni siquiera el titular del artículo se hacía eco de esa cifra que luego termino quedándose corta. Los datos, el nombre del campo de exterminio, su localización, lo que allí estaba sucediendo, se sabía, no era un secreto, pero en las guerras siempre tiene que haber vencedores y vencidos y se priorizaron otras estrategias militares que no dejasen dudas sobre quien había ganado y quien había perdido; y así, al final, acabamos perdiendo todos.



Me gustaría no volver a perder, haber aprendido del error y las consecuencias de no actuar,  me gustaría que todos hubiésemos desarrollado una conciencia suficiente para que dentro de unos años no se hable de lo que sucede en el Mediterráneo como otra página negra en la historia de la humanidad.



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