Lunes. Empieza la semana.
El viernes estabas loca por llegar a casa y tirarte en el sofá, o quizás por pasar rápido para darte una ducha y salir, habías quedado con amigos para cenar o ir el cine, tenías aquella cita especial.
Si te quedaste en casa descansando de la semana, quizás en algún momento antes de irte a dormir, descubriste que el mundo se había vuelto loco una vez más.
Si tu plan era quemar la noche, entonces quizás nadie te dijo que la capital del país vecino acababa de sufrir una noche de terror.
El sábado, los periódicos, radios y televisiones se encargan de detallar todo lo ocurrido, se te estremece el corazón, se te pone un nudo en la garganta, se te escapan lágrimas de impotencia.
Sales a la calle, es extraño pero la vida sigue, el dolor y la tristeza sólo vuelve cuando te paras frente a las portadas que recuerdan lo ocurrido, cuando en en teléfono todas las imágenes te llevan a Paris.
El domingo, pasadas más de 36 horas, necesitas organizar la semana, preparas la lista de la compra, revisas la agenda, sigues la noticia pero lentamente se aleja, el corazón late de nuevo acompasado, ya no es necesario pasar saliva para tragar, no necesitas inspirar fuerte para intentar no derramar lágrimas.
Llega el lunes, ha sonado el despertador y la vida continua, sigue su ritmo, salvo para todos aquellos a los que se la quitaron la noche del viernes mientras disfrutaban de una cena, de un concierto, mientras paseaban por la ciudad.
Lo peor de este lunes, no fue lo que ocurrió el viernes por la noche en Paris, lo peor de este lunes es que hay conflictos que llevan años llevándose vidas por delante pero nos hemos acostumbrado y sólo cuando el eco de los llantos es cercano parece que reaccionamos, entonces sentimos ese dolor, esa tristeza, esa impotencia.
Hoy escucharás hablar de forma melancólica de Paris, de las libertades, de la sinrazón, se hablará en el café, a la entrada del cole de los niños, en los descansos entre clase y clase, en la cola del mercado pero volverás a tu rutina.
Yo también volveré porque la vida sigue y porque los llantos lejanos se oyen a veces demasiado bajito, como susurros, y sino les prestas atención el claxon de los coches, el llanto del niño que se ha caído del columpio, la tele del vecino, no te los deja escuchar.
Te pasa a ti, me pasa a mi y nos pasa a todos un poco esto de dejar de oír, será que a veces oímos sólo lo que queremos.
Si tenemos que pasar todos por el otorrino, que vayan pasando primero aquellos que tienen la responsabilidad de buscar solución a este problema, aquellos a los que en distintos países independientemente de razas y religiones hemos elegido para que este mundo no se vuelva loco, para que no nos den ganas de imitar a Mafalda y pedir que paren el mundo, que nosotros nos bajamos.
Necesitaba empezar este lunes reflexionando.
Y a pesar de todo lo que te he dicho, espero que tengamos un gran lunes, un magnífico martes y que el miércoles, vuelvas por aquí.
*Todas las imágenes de este post han sido tomadas de Pinterest.
Y yo que era tan proeuropeista, llevo meses sintiendo vergüenza por como nos comportamos antes el horror sirio, de Calais o de los campos. Viendo como cuidamos la amistad con aquellos que financian a estos monstruos.
ResponderEliminarEl viernes ni me enteré, estaba leyéndole a mis hijas cuentos para dormir, y el sabado amanecimos con todo esto. Es difícil de encajar, y perfectamente humano que nos afecte mas lo más próximo, porque en realidad todos sabemos que podríamos haber sido nosotros.
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